sábado, 19 de enero de 2013

Sobrenadar

Publicada en Revista Pul en Noviembre de 2012

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Nada Sola
(Foto Lucila Heimberg)
Hubo un tiempo en el que las formas de llegar a la información dependían, en mayor o menor medida, de las distintas de fuentes que se tenía al alcance. Una revista, la radio, o tal vez un amigo/familiar actualizado como un eslabón en una larga cadena de recomendaciones transmitidas de una generación a otra. El camino era en parte azaroso y estaba supeditado a la gente que se tenía alrededor. Hoy, la llegada de la cultura incluye todas esas rutas pero la construcción del propio mundo privado goza de mayor libertad gracias a una disponibilidad (casi) absoluta de los datos y su único motor de empuje es la inquietud personal. En todo caso, la habilidad consiste en saber discernir y elegir con qué árboles se construye el propio bosque.


Dentro de ese paisaje, la accesibilidad y las múltiples opciones que ofrece internet están modificando el papel de los intermediarios y –sobretodo- su influencia. El mundo de la música es uno de los ámbitos donde esto se hace cada vez más evidente. La razón de ser de una compañía discográfica es cuestionada día a día y los grupos (o músicos), en esa construcción del propio camino, no la ven como primera opción a la hora de dar a conocer sus canciones. La imagen tradicional de la banda esperando su oportunidad pateando la calle con un demo en la mochila ya no es moneda tan corriente y las ataduras contractuales no parecen ser la mejor alternativa frente a la gratuidad y la llegada de internet.

La vida 2.0 –término amplio si los hay- ya está cuestionando el imaginario de banda tal como la conocíamos. Plataformas como myspace (casi en desuso), soundcloud, spotify o bandcamp –entre otras-, más el envión de las redes sociales, suplen la burocracia y queman etapas en la relación emisor – receptor. Algunos músicos no se quedan de brazos cruzados y deciden saltear pasos como la situación colectiva del ensayo, el estudio como único lugar factible para grabar y la necesidad del disco físico entregado en mano (ya sea en una disquería o en un recital) para llegar al público. Aislados en su habitación, por decisión propia o timidez, algunos hacen lo suyo con los pocos elementos que tienen a mano y lo ofrecen en la web. La etiqueta consensuada ya existe: el “bedroom pop”. Esta tendencia, que no es novedad, está en claro aumento y tiene sus adeptos en Argentina. Dentro de la inmensa variedad de estilos, los artistas se escudan en un nombre de banda (algunas costumbres no se pierden) o se animan a usar el apellido que figura en su documento para firmar los temas que realizan en la soledad de su cuarto.

Paula García es una de ellos. Nacida en Resistencia, Chaco, esta chica flaca y tímida respira música a través del mote de Sobrenadar. Instalada en Buenos Aires, pasó su infancia en tierras donde el denominador común eran el folklore y el rock pesado. En esa época aun no se vislumbraba ni una brisa del clima melancólico que sobrevuela su pop de habitación. “Escuchaba lo que escuchaban mis viejos. Los Beatles o Luis Eduardo Aute. Recién cuando me mudé a Buenos Aires empecé a conocer música nueva, como Daniel Melero o Juana Molina, con la que me sentía mucho más identificada”, confiesa.
Hace unos años, vino a Buenos Aires para estudiar Imagen y Sonido en la UBA pero terminó llegando a la EMBA (Escuela de Música de Buenos Aires), y los senderos se empezaron a bifurcar. De aquella chica que soportaba el sol chaqueño metida en la pileta con los auriculares escuchando The Verve pasó a llamarse Sobrenadar. “Pensé en palabras que puedan ir bien, que describan más o menos la música, pero no sé cómo apareció ese nombre. De lo que estaba segura era de que no quería usar mi nombre y apellido”. Para sumergirse en su música y volver a la superficie nunca necesitó del apoyo de una banda que la acompañe ni la demore en su proceso creativo: “Siempre hice las cosas sola. Me resultaba muy fácil no tener que consultarle nada a nadie sobre lo que estaba haciendo. La idea de ir a un estudio me intimida bastante. Las veces que tuve que ir a grabar, me sentí muy inhibida por la mirada de los otros. En casa estoy relajada”. El salto desde las clases de guitarra, cuando tenía diez años, a la dirección de su propia orquesta solo necesitó de un elemento: la computadora. Fue Javier Medialdea, compañero de estudios y ladero en sus presentaciones en vivo, quien le instaló los programas para grabar su propia música. Ahí empezó todo.

Como todo aquel que es dueño de su propio tiempo, su rutina solo parece estar determinada por la aparición de una idea para una canción. Paula: “Arranco con la guitarra haciendo cosas que después tal vez ni siquiera grabo. Eso lo paso a un sintetizador para sacar los acordes, programo alguna base y sigo. Solo anoto algo cuando necesito ordenarme. No pienso mucho en lo que hago, me dejo llevar y que salga. Si son las 5 de la mañana grabo con el celular antes que levantarme y prender la computadora, pero ya casi no lo hago”. Hace poco empezó un trabajo; desde su casa y vía internet, por supuesto. “Me mandan pistas de temas (desde Don Omar hasta Pink) y tengo que grabar todo otra vez, sin la voz. Después lo venden en iTunes o lo usan en karaokes. Es algo que  me sirve como entrenamiento”, cuenta con su voz delicada. Su historia musical incluye algunos EPs y dos discos, todos disponibles para la descarga virtual gratuita. El último, 1859, es de este año y ya recorrió la web por distintos blogs y medios especializados y lo está presentando en distintos escenarios porteños. Sin mucho plan ni estrategia comercial, la cosa pareció seguir lo que dictaba la corriente del momento. “Fue de un día para el otro. Agarré unos cuántos temas que tenía, elegí una foto que había sacado y lo subí así, para compartirlo”.
De la quietud y la comodidad de su habitación en el centro de la ciudad al escenario estaba ese umbral que algún día había que franquear para vencer la timidez. Paula recuerda aquel debut: “Estaba en Chaco, en un evento de bikers y skaters que se hacía en una plaza, lo organizaba un amigo. Mientras tocaba veía como todos saltaban y hacían piruetas. Terminé de hacer la primera canción y estaban todos callados, nadie decía ni una palabra, tampoco aplaudieron. No sabía que hacer, me sentí bastante mal. No sé todavía como seguí tocando después de eso”. Esa voz susurrante que comparte el protagonismo con el resto de los instrumentos tuvo su prueba de fuego ante el público, y salió airosa. Lejos de amedrentarla, a Paula le importa la opinión de los demás de cara al futuro. “Estoy tratando de hacer un ritmo más acelerado y quiero levantar un poco la voz, a ver qué sale. A veces me da la impresión de que hay temas que a la gente la pone triste cuando las estoy tocando. A Javier le pedí por favor que no toquemos más un tema por eso. Nadie me dijo nada pero cuando la estoy haciendo miro al público y veo a todos un poco caídos. Tal vez es una idea mía, por eso quiero hacer temas que no sean tan melancólicos”.>> sobrenadar.comAsí salió en papel:


miércoles, 16 de enero de 2013

Los Reyes del Falsete

Publicada en el Suplemento Radar de Página/12 el 23 de septiembre de 2012
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Los chicos sólo quieren divertirse


Nativos de ese semillero que es Adrogué y sus alrededores, Los Reyes del Falsete son una banda que nació casi por casualidad, sin un proyecto, sin más estrategia que tocar entre amigos y, en general, canciones acerca de amigos. Un primer disco en 2009, La fiesta de la forma, resultó de los lanzamientos más celebrados del indie conurbano sur. Y ahora, con Días nuestros, un segundo disco más versátil –el rock años ’60 combinado con electrónica, cumbia y folk psicodélico–, parecen afinar su premisa lúdica grabando canciones escritas en los orígenes de la banda, y con la ayuda de un nuevo amigo, Litto Nebbia.  

“Contale al mundo / Que tenés amigos / Contale que lo amás.” Si tuviéramos que resumir en una canción la historia y la filosofía de Los Reyes del Falsete, “Contale al mundo” podría cumplir esa función. Un tema que tiene la misma edad que la banda, pero recién ahora deciden incluir en su segundo disco: Días nuestros. “Es tan parecido a nosotros, a lo que somos, que nos molesta un poco. Fue lo primero que se me ocurrió. Al principio nos parecía un tema demasiado pelotudo, no tenía ningún sentido”, dice Nicolás Corley, un tercio de la banda de Adrogué. Casi de casualidad, así se fue desarrollando la historia de Los Reyes, trío que completan Tomás Corley –hermano de Nico– y Juan Martín Cianfagna.
Desde pequeños, en la casa de los Corley siempre se respiró música. Sus padres se conocieron en un coro y por los parlantes del hogar desfilaban desde música clásica hasta Los Beatles, Led Zeppelin y Yes. Para rastrear la génesis de Los Reyes del Falsete hay que remontarse a los almuerzos de los domingos de aquella infancia de conurbano en las primeras “sesiones” de grabación. En la casa de los abuelos había una computadora, la primera en la familia, que sólo les dejaba grabar treinta segundos, y a improvisar. Más de un lustro después, canciones que surgieron por pura diversión y ninguna ambición fueron rescatados del disco rígido de los recuerdos para ir a parar al disco que el trío acaba de editar.
Juan Martín Cianfagna (más conocido como Juanchy Manchy) apareció años después, en el colegio. En esa época los tres falsetes armaban y desarmaban bandas como juguetes, pero con la premisa siempre clara de divertirse y compartir un rato entre amigos, la música era una excusa. Tomás (Tifa Rex) y Juanchy armaron Impresora, los hermanos Corley estaban en Maravillagesell y Nico con Juanchy tenían la suya: Ménage à trois (alguna vez llamada Les Cosmonautes), que supo tocar covers con criterios diversos a la hora de elegir los temas. Esta última perdió un baterista en el camino y fue reemplazado por Tifa. “Nunca hubo un proyecto de banda. Un día nos dimos cuenta de que teníamos los suficientes temas como para salir a tocar en vivo”, explica Nico. Así fue cómo en la primavera de 2006 la formación actual de Los Reyes (dos guitarras y una batería) hizo su debut oficial en una Biblioteca de Adrogué, frente a un público de no más de quince personas, tocando canciones que recién ahora decidieron grabar. Lo que había empezado como un chiste se volvió algo serio: “Pensamos que era gracioso lo que hacíamos, pero a la gente no le causaba gracia. Ahí nos dimos cuenta de que podía llegar a ser algo serio (risas). Sigamos haciéndolo, no entendieron el chiste”.
La ausencia de un bajista tampoco fue algo premeditado, como casi todo en la historia de la banda. En un ensayo en la sala que la banda tiene pegada al consultorio de la psicóloga y madre de los Corley nació el nombre del grupo. “Queríamos que fuera un nombre más en joda”, recuerda Tifa. “Nuestro bajista de esa época estaba en contra de que la banda se llamara Los Reyes del Falsete. Decía que fomentaba la monarquía y que no había nada peor que la monarquía. Nos dijo que nunca íbamos a llegar a nada y se fue a la mierda.” Cantar en falsete, en cambio, fue una cuestión de practicidad. La falta de experiencia y estudios en la materia derivó en la comodidad de poder seguir las melodías con la voz. Lo mismo pasaba con las letras. Las andanzas de adolescentes y las anécdotas de barrio se fueron transformando en temas. “Empezamos a hacer música haciendo canciones sobre amigos. La banda se formó porque éramos amigos y empezamos a tocar. Tomábamos a uno de punto y le hacíamos una canción. Lo gastábamos”, cuenta Juanchy.
Si hablamos de amigos, hay que incluir a todo el abanico de grupos de Adrogué que en los últimos años cultivaron una comunión barrial que recorre distintos géneros musicales. La sala de ensayo que linda con el consultorio fue testigo de un sinnúmero de tocatas que, por lo general, se llevaban a cabo a altas horas de la madrugada e incluían a miembros de bandas como Victoria Mil, The Fujimoris, Travesti y Placer, por citar algunas. Otro lugar de encuentro de la zona fue (es) el Tío Bizarro, en Burzaco. Un lugar que funcionó como segunda escuela de vida para muchos grupos que compartieron fechas en su escenario. “El antro más amable”, según Tifa. “No cobran nada, la entrada es tuya. Un trato que no existe en otro lado con una banda, y encima están todos nuestros amigos. En cambio, vas a Capital y te sentís forreado.” El Turdera Fest, festival que reunía a muchas bandas del Conurbano y ahora cuenta con ediciones en la ciudad, también forma parte del álbum de fotos que Los Reyes llevan tatuados en su memoria. En esos eventos, que seguían hasta la salida del sol, empezaron a conocer a otras bandas, formando una comunidad muy especial de músicos y compañeros que les empaña los ojos tan sólo de mencionarla.
El viaje hasta el primer disco, La fiesta de la forma (2009), tuvo paradas en varias estaciones. Recién en 2008 empezaron a registrar las zapadas en varios EP puramente experimentales y donde puede apreciarse la esencia lúdica de la banda. Uno de flores y Disco duro son –cada uno– la resultante de una tarde de aburrimiento con camaradas en un fin de semana de invierno y fueron registrados en el living de la casa Corley. Bernardo Diman Menéndez, director de Triple RRR, fue quien los empujó a sacar el LP y primer lanzamiento del sello independiente.
Días nuestros llega tres años después y los muestra más versátiles que nunca. Con base en el rock sesentoso y toques de distorsión, LRDF se pasean por la electrónica, la cumbia y el folk psicodélico sin perder de vista la premisa original del trío de divertirse y hacer música con amigos. Junto a Francisco Viggiano, flamante rey del falsete en bajo, ya lo están presentando por todos lados transmitiendo su mensaje. Contale al mundo.

(link)